Las mujeres buscan, eligen, seleccionan y colocan sus muebles con gusto, sofisticación y sentido espacial, estético y cromático, con especial atención a los detalles para hacer de su casa un hogar, acogedor y personal. Los hombres no; para los hombres la “decoración” consiste en formar una piramide de latas de cerveza vacías en mitad del salón. Toda clase de objeto, indepedientemete de su procedencia, que cae en casa de un hombre, pasa automáticamente a formar parte del mobiliario; bidones, señales de tráfico, mondas de fruta, paraguas de amigos… todo forma parte del gusto estético de los hombres. Donde cae, ahí se queda. Por eso no es extraño encontrarse un paraguas en el retrete o las bragas de un ligue en la cocina. Todo está bien donde está. Es una puta pocilga, pero con su orden en el desorden.
El único arte que viste las paredes son unos desnudos de Summer Altice y en el cuarto de baño se apila en un rincón una torre de rollos de papel higiénico gastado. ¿Y el teléfono? ¿Dónde coño está el teléfono? Debajo de un montón de ropa, revistas de motos y cajas de pizza. ¿Para qué comprar nada bonito y caro? Acabará rompiendose y si no, es así, se perderá entre las montañas de mierda acumulada.
Los hombres, los de verdad somos así; vivimos entre basura porque no tenemos tiempo para prestarle antención a mariconadas como el papel de las paredes o el color de las cortinas ¿Alguien se imagina a Charles Bronson haciéndose la cama?
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